Sebastián corría por el malecón de Puerto Vallarta. Descansó al llegar al Caballito de mar, una escultura de bronce cabalgada por un niño
desnudo.
Se sentó en uno de los escalones de la base de la figura. Fatigoso
observó la infinidad de jóvenes que se reunían en la playa. El ambiente festivo
de la primera noche de año no logró cautivar su cuerpo con esa felicidad
fugitiva de tiempo atrás.
Un niño se acercó entonando una conocida canción cardenche:
“Yo ya me voy a morir a los desiertos, me voy dirigido a esa Estrella
Marinera …”.
Los ojos de Sebastián brillaban como las estrellas del cielo
Vallartense.
El canto sereno del pequeño se instaló en los recuerdos del
chico, una sensación de divinidad transitó en su corazón.
El niño tomó asiento junto al joven, permaneciendo en
silencio durante unos minutos trató de indicarle que debía mirar los fuegos que
descendían del cielo.
Por un momento se sentía alejado del bullicio, de la tierra.
Aquella canción volvía a ser entonada “Sólo
de pensar que dejé un amor pendiente, nomás que me acuerdo me dan ganas de
llorar…” .
Suspiró en lágrimas mirando hacia el niño, pero este continuaba
cantando al mundo.
Al finalizar el canto comenzó a perder tono en la piel hasta
que ésta se tornó transparente y desapareció.
Sebastián no podía creer que su hijo hubiera estado con él
cuando hacia menos de dos horas que había fallecido. En ese momento comprendió
que no debía seguir corriendo, que no debía despedirse porque él siempre
permanecería a su lado.
Muy bonito, conmovedor, de esas pequeñas historias que emocionan. Besote Silvia *_<
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