domingo, 24 de agosto de 2014

Viento estival




Adormece el viento del verano,
para no ser hallado en un esporádico episodio de romance.










domingo, 17 de agosto de 2014

Pupilita

A sus ocho años Pupilita bordaba un manto de imaginaciones inquietantes, exuberantes, desproporcionadas.

Su abuela, que había criado a sus nietos con la devota imagen de San  Rafael  arcángel  sobre sus camastros, les hacía beber un jugo amargo y viscoso. La abuela solía irrumpir en plena noche jurando que el demonio los acogería si no eran fieles y puros a la palabra del señor.

 Pupilita sospechaba que su abuela hablaba con diminutos hombrecillos ocultos. Estos pequeños hombres, se desplazaban cómo minúsculas partículas de polvo entre los tejidos deshilachados de un viejo sofá recubierto por una manta de piel de tejón.

-       - ¡Bebe niña!- la ordenaba al llegar a los pies de su cama.

Pupilita obedecía sin rechistar mientras ella la observaba asegurándose de que no lo escupía y encorvada añadía.

-         -Tus fachosas y esqueléticas piernecitas lo agradecerán.

Pupilita sabía de la existencia de los hombrecillos mucho antes de que su hermano encontrara un calcetín del tamaño de una miga de pan.

Lo supo la noche en la que sigilosa decidió seguirla. La abuela sacó de la despensa una enorme sandía que colocó cerca del sofá. Enseguida cientos de hombrecillos diminutos saltaron del sofá hacía la sandía. La devoraron en segundos.

-        -¿Díganme… qué más puedo hacer yo por ustedes?- Preguntó preocupada.
-        -Siga alimentándonos y nosotros la garantizamos que el demonio jamás llegará a esta casa.- respondió el cabecilla con una voz agudísima.
-        -  Son ustedes muy amables.
-       -  Cumpla y será recompensada.- agregó soltando una carcajada.

Los hombrecillos  desaparecieron entre la manta de tejón.

Pupilita seguía el ritual de su abuela cada noche.
Una mañana esperó escondida a que ella llegará con tres enormes sandias . Pupilita aguardó el momento oportuno para cazar las tres sandías, hacerlas rodar hasta el jardín y enterrarlas sin que ella se diera cuenta.

La última noche de agosto  la abuela irrumpió en el cuarto de los niños , como todas las noches, con el horrible jugo.

-      -  ¡Bebé niña!- la ordenó al llegar a los pies de su cama.

En ese momento Pupilita se levantó de un salto y gritó.

-        -¡No lo beberemos!.

Sus hermanos la miraban con admiración.

-      -  ¡Bebé mocosa insolente!- La agarró de uno de sus delgados brazos.

-       - ¡Tengo las sandias!.- Sonrió perspicaz.

La abuela quedó estupefacta.

-        -Quiero hablar con los hombrecillos.- dictaminó.

-        -¡No sabes dónde te metes niña, no sabes …!- la zarandeó del brazo.

-       - ¡Suéltala abuela!- gritó Samuel que mantenía un enorme cuenco de agua caliente encima de su cabeza.

-        -¡No te muevas abuela!- expresó el mayor de los hermanos mientras ataba sus muñecas.

-       - Está bien, está bien… vosotros ganáis.- refunfuñó la abuela.

La abuela bajó primera por las escaleras, detrás de ella Samuel seguía sosteniendo el caldero hasta que llegaron a la salita de estar.

-        -Hombrecillos, hombrecillos del sofá, aparecer ante mis ojos, pues os traigo rica sandía.- expresó la abuela mirando de reojo a su nieta.

Los diminutos hombres saltaron del interior. Sus cuerpos tenían forma de granitos de arroz.

-        -¿Quiénes son?.- la interrogó el diminuto capitán rascándose  la barbilla.

-       - Son mis insolentes nietos señor.- respondió mirándoles alterada.

-      -  ¿Y la sandía?.- preguntó extrañado.

-        -Disculpe pero creo que no nos han presentado como se merece- expresó Pupilita educadamente agachándose frente a ellos- me llamó Pupilita y estos son mis hermanos Daniel, Samuel y Matías.
-       
-        -Yo me llamo Garry y estos son mis leales camaradas.- expresó mirándola con curiosidad.

-     -   Mire señor Garry, le entregaré ahora mismo la sandía… pero antes necesitaría que usted y sus hombres me ayudaran a resolver un pequeño problema.

-        -Está bien, ¿qué la sucede?.

La abuela miró a la nieta con desprecio, pero Pupilita la sonrió esplendorosa.

-       - Samuel, podrías llevar a nuestra abuela al comedor por favor.- le sugirió.

-        -¡Claro!.

Pupilita observó detenidamente a la abuela blasfemar mientras era llevada al comedor, a continuación se aproximó aún más a los hombrecillos.

La abuela contemplaba a su nieta arrodillada, cuchicheando.

-       - ¡Trato hecho!- gritó bien fuerte asegurándose de que su abuela la escuchaba, después la mandó pasar de nuevo al salón.

-       - Ellos quieren la sandía y resulta que la enterré en el jardín.-  sonriente la entregó una pala.

La abuela agarró la pala de mala gana.

-        -¡Me las pagarás mocosa!- vociferaba mientras desenterraba la sandía.

-        Tienes una horrible cara abuelita-  pellizcó sus mejillas.- Bebe, te vendrá bien…- expresó irónica al tiempo que la aproximaba el jugo.

La abuela abrió la boca y lo escupió sobre su cara.

-        -No te haré sufrir más… los hombrecillos nos esperan.

Pupilita dispuso a todos en círculo haciendo situar a la abuela en medio con la sandía bajo sus pies.

Los hombrecillos brincaron hacia la sandía devorándola en segundos.


-       - Te has portado muy mal con tus nietos.- afirmó el pequeño capitán moviendo su dedo índice.

-       - ¡Eso es mentira! yo les he cuidado desde que su padre murió.

-       - A penas les dabas de comer, sólo les hacías beber un potingue asqueroso.

-       - ¡Era por su bien!.- Aseveró rotundamente.

-        -¿Desde cuándo los restos de la basura son nutritivos?.- expresó Daniel irritado.

-       - ¡No les hagan caso son unos mentirosos, desate mis manos y tendrá todas las sandías que quiera, además usted me prometió que me libraría del demonio y ellos son niños de satán!.

-      -  Es cierto, nosotros siempre cumplimos lo que prometemos.

-      -  Sabía que lo entendería señor.- miró nuevamente a la nieta con despreció.


En ese momento, unas ondas salieron de una diminuta pistola que Garry sacó de su bolsillo haciendo desintegrar a la abuela completamente.


domingo, 10 de agosto de 2014

La caja de herramientas

Adrian y Aitor limpiaban algunas piezas de la carrocería de un BMW –M6  Cabrio.

 Como casi siempre quedaban temprano antes de ir a las clases  y mano a mano intentaban hacer lo imposible para mantener su futuro coche listo para el verano de 2007.

-       - Bueno parece que tan sólo nos falta un año para que sea  nuestro.-sugirió Aitor.
-       - Un año y tres meses , yo soy mas pequeño que tú .
-       - Si pero para entonces habré cumplido los dieciocho- - vaciló Aitor agregando- iré a recogerte si quieres.
-       - ¡ Eh no te pases! sabes que hasta el 5 de junio no podrás conducirlo.
-       - Pero …
-        -Un trato es un trato , este coche no saldrá de aquí hasta ese día .
-        -Vale  - Con una voz afeminada se dirigió hacia Adrian .- princesa …

Mientras guardaban algunas piezas en los estantes, Aitor notó algo distinto en los ojos de su amigo que ojeaba con frecuencia la vieja caja de herramientas. Sobre la madera de la caja habían tallado un nombre. Aitor lo miró impactante como si en ese segundo hubiese recibido dos o tres puñaladas en su estomago.

-       - Adrian …
-      -  Dime .
-        -¿ No crees que vas muy rápido?
-      -  No se de que me hablas .
-     -   Quiero decir que poner el nombre de una chica en tu caja de herramientas es...  algo extraño en ti .
-      -  Simplemente me aburría , me acorde de ella y lo puse .

-        -Ya…

Aitor no dejaba de examinar esos ojos deslumbrantes  , era como si de repente comprendiese que había algo mucho mas fuerte que el hecho de que te guste  alguien: una sacudida al corazón que le hacía latir más rápido , un vendaval dentro de su estomago. La garganta se le secó , casi sin poder pronunciar palabra intentó tragar saliva poco a poco , una inquietud recorrió todo su cuerpo: se había enamorado de Adrian.








sábado, 2 de agosto de 2014

Después de todo

Había llegado el momento de decirse "adios". Una simple o prolongada caricia sobre su lomo y se esfumaría entre un millón de recuerdos.

Las despedidas pueden durar horas, segundos, minutos o eternidades, pero ésta en concreto no quería hallarse entre los que recurren a las lágrimas, o al tan verbalizado: "volveré", sin olvidar la incoherente evitación: "será mejor no decir "adios", porque puede ser que no sea este el momento y tú no te mueras".

El conductor del auto detenido hablaba entrecortado, nervioso mientras los curiosos transeúntes hacían círculo alrededor.

Admiró los cansados ojos de Russ, seguidamente se tumbó en el frió asfalto con su boca frente a su hocico. Le arrulló con esa canción rozando su corto, radiante y duro pelaje.

Abrazado a Russ comprendió que después de todo nunca caminarían solos.