Cierto día se dio cuenta de que su vida era predecible,
abusada por la estabilidad, una palabra que había escuchado tantas veces que le
repudiaba. Él no quería convertirse en un hombre monótono, autómata, controlado
por una inapelable rutina que le convirtiera en artilugio de segunda mano, en
baratija de puesto de turistas de algún barrio perdido entre ungüentos de
engaños, timas y algún charlatán hipócrita.
Se había convertido en añoranza lo que un día tuvo sin
valorarlo, sin apreciarlo desde todos sus ángulos, sin saber detallar si quiera
su cualidad más preciada. Acababa de sufrir
un desengaño , aún la amaba, quería cerrar el vínculo que le unía a aquel
recuerdo.
Le costó decidir si alejarse era lo correcto pero lo hizo.
Viajó por lugares exóticos, cual peregrino acumulaba
experiencias, su curiosidad insaciable le habían bautizado como el “ hombre
cautivador”. Sus hazañas y peripecias
hipnotizaban a las mujeres que caían en las redes de la carismática presencia de un cuerpo joven,
curtido en batallas salvajes, en las que
la muerte , siempre plausible en sus historias las hacía enmudecer, despertando
en ellas alguna clase de hechizo sexual,
una poderosa fuerza extrasensorial que ardía entre jadeantes gemidos de
liberación.
Reverenciaban los pasos de un hombre solitario, una efigie que se desplazaba por la mente de las mujeres , por el dictamen de sus peticiones.
Reverenciaban los pasos de un hombre solitario, una efigie que se desplazaba por la mente de las mujeres , por el dictamen de sus peticiones.
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