Aquella tarde los latidos
de Sara se silenciaron en un sueño mucho más profundo.
Todos sus nuevos y viejos amigos se reunieron para velar su cuerpo. Jaime se acercó a la caja de madera donde dormía, suavemente besó su rostro, ella seguía siendo tan dulce y bella como Gene Tierney a quien idolatraba desde su
juventud.
La mirada de Jaime se asemejaba a los ojos de su perro
Pipper cada vez que aullaba para que le dejaran entrar en la casa, arañando una y
otra vez la puerta del patio, sin rendírse, con esos ojos compasivos que te
hablan: “apiádate de mi, aquí hace frío y empieza a llover”, al final entraba
lleno de barro meneando la cola de un lado a otro.
Jaime aún la amaba , le ardía la garganta tratando de contener la ansiedad, todas aquellas caricias que trataban de ocultar, en ese momento Carlos posó su mano sobre el hombro de Jaime.
Jaime aún la amaba , le ardía la garganta tratando de contener la ansiedad, todas aquellas caricias que trataban de ocultar, en ese momento Carlos posó su mano sobre el hombro de Jaime.
Los dos hombres de su vida se abrazaron, permaneciendo varios minutos inmóviles mirándola, canalizando sus
energías en los cálidos recuerdos de Sara.
Para Silvio ... Atardecer en La Tejita, Isla de Tenerife. |